A menudo
los padres tienen que lidiar con comportamientos agresivos o rebeldes en
sus hijos. La agresividad es un trastorno que puede originar problemas
sociales, fracaso escolar o desobediencia en los niños. Si no se trata
desde una edad temprana puede degenerar en problemas más serios cuando los
niños crezcan.
El
comportamiento agresivo puede aparecer al primer año de edad y es relativamente
común. Supone hacer daño físico o psicológico a otra persona de manera
intencionada. El niño tiene impulsos amorosos y agresivos cuando nace, y en
función del vínculo afectivo que reciba de sus padres, su comportamiento en las
relaciones personales tenderá a ser de un modo u otro.
La familia
del niño es muy importante en el desarrollo de los vínculos afectivos del niño.
La familia es un modelo y ejemplo de actitud, de disciplina y de comportamiento
para el pequeño. Por ejemplo, un padre exigente y que castigue a su hijo
con agresiones físicas o amenazantes está fomentando una conducta
agresiva en el niño.
Otros
factores que conducen a la conducta agresiva en el niño son las relaciones
tensas con sus padres. Por ejemplo, decirle al niño “no eres capaz de conseguir esto” fomenta
inseguridad y agresividad en el niño. También hay otras causas de tipo
hormonal que pueden generar violencia como una mala nutrición, problemas de
salud o problemas cerebrales.
En cuanto
a sus relaciones con el entorno, el niño agresivo tiene aversión al aprendizaje en el colegio.
Los otros compañeros le ven como a una persona fuerte y con mal comportamiento
en clase.
Sufren inadaptación social y además pueden padecer agresiones de
otros niños. Tanto los profesores como los padres sufren al ver que
frecuentemente son niños frustrados que viven el rechazo de sus compañeros.
Los padres tienen que ayudar al niño a cambiar ese comportamiento, es decir, corregir el comportamiento agresivo para que derive en un comportamiento asertivo.
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