Es este vínculo afectivo el que brindará a los niños los recursos
necesarios para superar retos y obstáculos en un futuro (cercano y muy
lejano).
La crianza de los hijos es una de las
profesiones más extenuantes que, una vez que empieza, no puede detenerse
jamás. Este trabajo va más allá del cuidado físico que requiere
cualquier vida de un ser humano, sino también del vínculo afectivo que
se genera a lo largo de los años del desarrollo familiar e individual.
Es este vínculo afectivo el que brindará
a los niños los recursos necesarios para superar retos y obstáculos en
un futuro (cercano y muy lejano). Se trata de una conexión entre padres e
hijos que fomentará sensaciones de seguridad y confianza tanto en sí
mismo como en el medio ambiente. Este amor natural y humano manda
mensajes a un receptor, nuestros hijos, acerca de lo valioso que es
tanto para los padres como para el mundo entero; acerca de la convicción
en la declaración de ser merecedor y proveedor de un circuito de
afecto.
No obstante, en los últimos años, la
influencia de la tecnología ha provocado estragos graves en el
desarrollo psicoemocional (e inclusive psiconeuronal) de las nuevas
generaciones. Esto se debe a la falta de interacción entre padres e
hijos, donde los primeros tienden a vincularse primordialmente con sus
dispositivos móviles.
Para escribir un correo del trabajo,
mandar un mensaje importantísimo, usar aplicaciones o redes sociales;
son sólo algunas de las disculpas que cualquier persona pronuncia con un
teléfono inteligente. Este fenómeno llamado como phubbing
manda un doble mensaje esquizoide, cuyo metamensaje recita: “aunque te
diga que eres lo más importante en mi vida, tu conversación ni presencia
son prioridad para mí”. Como consecuencia existe la desvirtualización
del afecto en las relaciones interpersonales, imposibilitando la
satisfacción de las necesidades básicas y de los derechos humanos de
cualquier individuo.
Para evitar esta situación al menos con
los hijos, se recomienda prestar atención a los tiempos de transición:
el camino a la escuela o al hogar, la hora de ir a la cama o de sentarse
en la mesa a comer. Esos pequeños momentos brindan contacto físico,
sensorial, emocional, interrelacional. Por ejemplo: Planea el tiempo en
que tus hijos se levantan hasta que salgan del coche (o transporte
público) libre de la influencia del teléfono móvil; explícales su
almuerzo, cuéntales un cuento, canten diferentes tipos de canciones a lo
largo del trayecto. Y en el momento en que entres a casa, deja afuera
el trabajo o los deberes. Acércate a tus hijos para decirles buenas
noches (sin el teléfono móvil como compañero eterno). Es el tiempo para
generar un vínculo de bienestar, seguridad y amor con los seres que
cuidas.